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Lejos ha quedado la época que juzgaba a la obra de Tina Modotti (Udine, Italia, 1896-ciudad de México, 1942) como un mero apéndice de la de Edward Weston (Chicago, 1886-California, 1958). El talento de ella florece en una carrera artística que apenas dura 7 años y deja un legado de 400 negativos, pero que cosecha una fama sulfurosa de icono sexual y agente secreto comunista; cuatro décadas se prolonga la trayectoria de él, con perennes éxitos internacionales. Lo cierto es que la estancia compartida en México delimitó el ejercicio artístico de Modotti y, más importante aún, propició vasos comunicantes que hacen reverberarse sus producciones respectivas. El idilio se va entibiando en 1925, hasta la despedida el año siguiente: ella se queda en nuestro país, absorbiéndola el activismo político, él vuelve a Estados Unidos de manera definitiva.
En un arco temporal que abarca los años 1923 a1926 -el más fecundo para ambos-, esta exposición analiza la singular energía que irradia la compenetración de sus ejercicios plásticos en torno a la anatomía, y los modos en que la fascinación mutua moldeó sus elecciones estéticas: no sólo en la temática del cuerpo que triunfa en el retrato, el desnudo y la naturaleza muerta, así como en la práctica de un sutil equilibrio compositivo, sino en el discurso que se solaza en las metáforas del deseo y la sensualidad. La fascinación (del latín fascinare: hechizar, atraer de manera irresistible) fue el combustible que presidió la creatividad prodigada en la temporada mexicana de Modotti y Weston.
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