Por Fabián Quezada León
Tomando como punto de partida la estadía de Yeshua
(Jesús) en el desierto antes de comenzar su predicación, Rodrigo García traza
un sobrio relato lleno de profundas reflexiones, sobrias actuaciones y con magnífica
visualización por el ojo de Lubezki.
Nos encontramos con Yeshua, (McGregor) como hombre,
que ha pasado su cuarentena de meditación y oración en la soledad del desierto
y que ha sido interpelado por su destino. En su camino de regreso a cumplir su
misión se encuentra con el demonio (McGregor) que de una forma mucho más sutil y
familiar que en los textos bíblicos, va a estar compartiendo y oponiéndose al
camino de Yeshua.
También se encuentra con una familia: Un padre
(Hinds), una madre gravemente enferma (Zurer)
y un joven hijo (Sheridan) que tiene ante sí la
más trascendental de las elecciones; seguir los mandatos de su padre o escapar
hacia donde lo lleven sus sueños.
En medio de todo este escenario, Yeshua no
simplemente desafiará la tentación, sino que atará muchos cabos y enfrentará su
suerte como todos los hombres y mujeres del mundo lo hacen, día con día,
ganando y perdiendo las pequeñas batallas que los trasladan de un día al otro.

Ahora García gira la atención hacia otro punto, no
menos sensible y profundo, la mirada sobre padre e hijos Yeshua y Dios, reflejadas
en el padre y el hijo que trashuman por el desierto. Al final el diálogo
primordial es tan íntimo como “carne de
mi carne y sangre de mi sangre”, un diálogo que ha permanecido abierto y
abriéndose a lo largo de la historia de la humanidad, un balancín entre lo que
el Padre manda o espera y los deseos y opiniones sobre el propio futuro que el
hijo formula.
De esta manera, entretejiendo las historias de Yeshua
con la de la familia se comienza no solamente la historia patente, sino un
diálogo del creador/escritor/director con el recipiente/espectador, en el que
se hablan tantas cosas juntas que es necesario ampliar la percepción a los
metalenguajes que el texto y la imagen expresan en mil formas a cada momento de
la película.

Al mismo tiempo, la existencia misma de la aridez,
del despoblado, de las carencias, se yergue como una absoluta presencia;
poderosa, omnipresente. Aparentemente desnuda, pero infinitamente revestida de
posibilidades, aún en la contundente ausencia de recursos es ese ambiente donde
se abren las perspectivas y donde el enemigo no es un monstruo de siete cabezas
sino uno mismo, McGregor juega a esta dualidad perfectamente.

Sin embargo, al mismo tiempo es unívocamente
honesta, juega con las mismas reglas que la virtud interna que es igualmente
poderosa, porque la conoce desde el fondo y lejos está de verse en desventaja.
Es sin duda un enfrentamiento de iguales, donde el único que puede empujar la
balanza hacia alguno de los lados es la propia voluntad del hombre y la
capacidad de elección por una u otra posibilidad. Esa decisión, tan
aparentemente fácil, es la que diferencia al género humano. Es la mano que mece
la cuna donde el hibris duerme.
Así García nos presenta a un Yeshua que se enfrenta
con la situación conociéndola desde la raíz, habiendo pasado por un periodo de
cuarentena, en la espera de encontrar una gran revelación impresionante,
tremenda, portentosa de los designios de Dios; como muchos humanos han esperado
por todas sus vidas, deseando una figura teológica de rayos y truenos y grandes
efectos especiales dejando de prestar atención a la contundencia de las pequeñas
cosas o del silencio donde subyace también una respuesta.

La familia que vive en el desierto presenta en
medio de la aparente sobriedad/desolación de sus existencias todo un mar de
diálogos, de intenciones y de encuentros. Y de improviso, al llegar Yeshua a
sus vidas y pasar un tiempo con ellos es simplemente un hombre más. Aunque el demonio circunda por ahí y desafía
a Yeshua a resolver el dilema familiar de una manera tan quirúrgica que los
tres miembros de la familia queden conformes.
Conforme pasan los acontecimientos y nos adentramos
en la realidad de esa familia, la manzana de la tentación es que de improviso se
transforma; la expectativa de resolución ya no viene por parte del demonio,
sino por parte de quien contempla la acción, se esperan respuestas portentosas
de parte de Yeshua y él solo actúa como un hombre, con todas las limitaciones
físicas de un ser humano normal.
Al compartir esos “Últimos días en el desierto” con
esa familia, Yeshua se encuentra de tú a tú con la representación de la
humanidad misma, el trabajo, la enfermedad, la pobreza, la miseria, los sueños…
todo gira en torno, Yeshua se empapa de ellos con una comprensión de piel a
piel, escucha sus problemas, ve sus enfermedades y medita sobre sus deseos del
futuro, pero lo hace desde la misma altura, es un compañero, un hermano, más
que un maestro.

El padre de familia ha construido sus propias
expectativas sobre el futuro del hijo, el padre circunscribe su destino a
permanecer por siempre junto a su esposa e hijo por las causas que se puedan
venir a la cabeza, válidas o no, pero eso no significa que el hijo esté de
acuerdo con ello y el desafío de la libertad puede marcar rutas, a veces
buenas, pero a veces malas. A raíz de una decisión hay un destino, hay un
futuro, como el demonio mismo le predice a Yeshua, lo interesante es ese
segundo en el que una decisión altera el rumbo de los acontecimientos.
El guión es una obra de una sobriedad
impresionante, limpio, directo, sin excesos de diálogo, enmarcado
extraordinariamente por la mirada del Chivo Lubezki que se nutre de los
impresionantes paisajes del desierto para relatar simultáneamente su propia versión
de la historia, entretejiéndola con la de los protagonistas con toda la
magnificencia y sobriedad de la vida en el terreno agreste, empapando sus
imágenes formadas con luz natural, de una paz y misterio que se abren a la
interpretación personal.

La vida es un proceso que en su diversidad puede
contener de la misma forma muchos reflejos similares, sin importar que hayan
pasado más de 2000 años entre un recuento de hechos y el hoy. Lo impactante de
la cinta es que se conserva con un balance tal que su diálogo se abre por igual,
a quién sea un creyente o a quien no lo sea, no hace propaganda de una fe. Se
centra en mostrarnos a un hombre, no a un Dios, que eligió un destino.

Dirección y guión: Rodrigo Garcia.
Reparto: Ewan
McGregor, Ciaran Hinds, Ayelet Zurer, Tye Sheridan, Susan Gray.
País: Estados Unidos
Año: 2015
Género: Drama
Duración: 98 minutos
Clasificación: Mayores de 13
Fecha de estreno en México: 14 de Octubre
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