martes, 14 de septiembre de 2010

HASTA LA VISTA SCORPIONS


Por: Marilu Barradas B

We cross another road
And face another day
Soldiers never die
They only fade away
How can we grow old
When the soundtrack of our lives is rock and roll
Scorpions – The Best is Yet to Come

Dicen por ahí que quien recuerda bien los sesentas y setentas es por que en realidad no los vivió. Yo debo haberlos vivido con intensidad, porque es poco lo que puedo evocar de esas décadas. Pero uno de los sucesos que sí quedó troquelado nítidamente en mi memoria, fue el primer concierto de rock "formal" de mi vida. Había estado presente en muchos toquines, incluso en el legendario Avándaro con todos sus excesos. Pero la primera vez que pude
pagar boleto en un recinto cerrado, con tecnología y pirotecnia, fue cuando, siendo universitaria en Viena, mi pandilla me arrastró a un concierto del grupo teutón Scorpions. Yo no los conocía, caía una espantosa nevada con ventisca y empezaba la semana de exámenes ¡en alemán! Yo no iba precisamente convencida.
Por otro lado, mi padre y mis tíos fueron intérpretes de filarmónica, de modo que crecí oyendo música culta y siempre he sido muy selectiva en cuanto a los espectáculos de calidad. Pero ¡Ah, fenomenal sorpresa que me esperaba! El show fue algo comparable a la primera vez que vi el mar. O a la primera vez que subí a un avión, y la noche se convirtió en un evento memorable, que aún recuerdo con deleite cuarenta años después.
Eran un grupo metalero en mallas, leopardo, zebra y peinados de caniche (para mis pulgas, entonces tan fresa y snob). El vocalista, Klaus Meine, en apariencia apenas un par de años mayor que yo y seguramente no más alto, compensaba sobre el escenario su corta estatura con la potencia de la voz de un Caruso interpretando metal. Todos ellos se comportaban como los habitantes de una especie de elegante vitrina que se mira y no se toca. Su
aspecto esperpéntico y sexual, de moda al fin y al cabo, iba respaldado por la solvencia de su ya por entonces sólida carrera, y por una música rotunda, que sonaba como un cañón.
Desde ese día, quedé prendada de la voz de Meine, que me lleva donde realmente me apetece estar. Es un tenor espléndido cuya tesitura no se parece a ninguna otra que yo conozca, clave en escena: posee un registro descomunal de tres octavas que le permite aún hoy día alcanzar agudos sorprendentes. Lo que le falta de estatura y de cabello, le sobra de presencia escénica, de talento, de carisma, de sencillez y de simpatía, pero sobre todo, de potencia. Sólo hace falta ver como tiene que alejar el micrófono cuando la suelta: ¡Que formidable voz la de este hombre, tan nasal y espectacular, con esos agudos hipnotizantes!
Con los años, algunos de sus temas fueron cobrando para mí un significado personal, convirtiéndose en parte de la banda sonora de mi vida; fui disfrutando sus nuevos discos: algunos rebeldes y auténticos, con temas de otra galaxia; otros más melódicos y americanizados, pero con sus constantes en forma, con esa clase alemana indiscutible. Por supuesto, como todos los grandes, pasaron un pequeño bache compositivo, en busca de nuevos sonidos, pero ¡carajo!, con esa calidad, todo se les perdona; luego vinieron otros donde volvían a estar inspirados, dejando experimentos a un lado y proporcionando a los fans lo que más demandaban: sus guitarras, sus melodías, la gran voz de Meine (para mí uno de los diez mejores de siempre).

En el 2000 llegó Winds of Change acompañado por la filarmónica de Berlín dirigida nada menos que por mi admirado Christian Kolonovitz a demostrarme que, sin importar el género, hay voces que indudablemente merecen estar al frente de una orquesta sinfónica, como la de Meine.
En este disco póstumo que acompaña la despedida, titulado “A Sting in the Tail” han intentado grabar un digno testamento y creo que lo han conseguido, suena muy Scorpions de toda la vida, hay mucho rock, algún tema heavy de veras y varias baladas sublimes. Ya sabemos que en lo tocante a baladas, Scorpions son unos jefes y Meine el jefazo mayor. La canción que cierra el disco, The Best is Yet to Come es toda una declaración de principios y un mensaje intimista a los fans.
Cuando una leyenda como Scorpions anuncia su retirada, una hace recuento de la carrera de este mítico grupo alemán y no tiene más que ponerse de rodillas, dando gracias por tantos temas enormes, tantos estribillos inolvidables y tanta excelencia. Cuarenta y cinco años en la brecha, dan para mucho, llegar a los números que luce la banda está al alcance de muy pocos, no solo en ventas, también en popularidad o en esos conciertos mágicos en los que hemos disfrutado como enanos. La picadura del escorpión es de verdad indeleble y letal.
Los viejos rockeros nunca mueren. Eso sí, tarde o temprano acaban jubilándose. Y lo cierto es que no todos saben retirarse a tiempo. Tras décadas de giras y conciertos, no siempre resulta sencillo renunciar a las mieles del éxito, a la fama y al dinero. En resumen, a muchos les aterra tener que enfrentarse a una nueva vida alejada de los reflectores. Pero no parece ser el caso de la mítica banda de rock Scorpions.
Una retirada a tiempo es siempre una victoria. Así contemplan ellos la decisión de poner punto final a su carrera. "No queremos que llegue el día en que nuestros admiradores digan: entonces sí que sacaban buenos discos", explica Meine. Es la apuesta por "un final digno". O más que digno, si hacemos caso de la evaluación que los integrantes de Scorpions hacen de su nuevo álbum. Afirman que se trata de uno de sus mejores trabajos, a la altura de discos legendarios como "Blackout" y "Love at First Sting" de los ochentas. Cuando menos, Meine, Schenker y compañía aseguran habérselo pasado en grande durante la fase de grabación. Que han experimentado de nuevo el ardor y la creatividad de su trabajo y han comprobado lo mucho que todavía les divierte. Eso sí, también aseguran que nada de eso va hacer que den marcha atrás.
En 1981, durante la grabación de álbum Blackout, Meine tuvo serios problemas en las cuerdas vocales. Para evitar que la banda perdiera el buen momento comercial que tenía en ese tiempo, él quiso renunciar, pero el lazo de amistad que existía con Rudolf Schenker, y la unión que predominaba en el quinteto, no permitió su salida. Después de dos exitosas cirugías en sus cuerdas vocales y un largo reentrenamiento de su voz, Klaus pasó por la
crisis triunfante. Más que eso, regresó a las grabaciones del álbum con una voz más cristalina y con un rango vocal mucho más amplio.
La gira de despedida, iniciada en Praga el pasado 19 de Marzo, y que pretende abarcar los cinco continentes en el espacio de tres años, los ha traído nuevamente a México. Este concierto fue una refrescante sorpresa para los que aún escuchamos a estos mitos vivientes del rock, por muchos detractores que tenga. Scorpions es el típico grupo que muchos denostan, quizás por sus coqueteos con el pop y la explotación de sus baladas hasta el infinito. Son polémicos. La gente los venera o los detesta, pero no dejan a nadie indiferente. Para mí, Scorpions son lo que son: un grupazo metalero que entró por sus propios méritos en la historia del rock, rock puro y duro con un toque de glamour.
Con estos pensamientos rondándonos el cerebro, caminamos por las calles hacia el recinto, rumbo a una historia por concluir. Marchamos con los vientos del cambio, en una cálida noche de septiembre con los vientos por doquier.
El paso del tiempo es implacable y en sus rostros indudablemente se reflejan las cuatro décadas dedicadas al rock'n'roll, pero basta con que los Scorpions entren a escena para que se genere en ellos una cuenta regresiva antiedad, y por un excepcional sortilegio se conviertan de nuevo en juveniles rockeros, dispuestos a contagiar su adrenalina a los miles de fans que los ovacionan cada vez que su música estremece oídos y manos sudorosas que se estrujan creyéndose los destinatarios de esa canción.
La gira de despedida 'Get your Sting and Blackout World Tour', con la que el quinteto se despide de su público, emocionó a más de 20 mil fans durante las casi dos horas de concierto. Sting in the Tail fue la carta de presentación de la noche al frente de un tapiz electrónico de fabulosas rosas rojas con la que la banda alemana registró la primera ovación de pie. Continuó una escenografía electrónica alucinante, muy cuidada, llena de imágenes que los fusionaban con su público coreando cada tema: Make It Real, Bad Boys Running Wild, The Zoo, Holiday, Coast To Coast…
Cada uno de los músicos tuvo la oportunidad de lucir su talento. Con los vigorosos riffs de guitarra de Matthias Jabs y Rudolf Schenker, se acentuaron los sentidos de la fanaticada, que en todo momento se mantuvo de pie, lista para gritar, saltar y aplaudir la actuación de sus ídolos, en cada una de las canciones de su repertorio, que lo mismo generó dosis elevadas de éxtasis que soplos de nostalgia. Jabs se tornó más que dedos, voz y corazón para hacernos olvidar a Uli Roth, el guitarrista original. Schenker rockeó como pocos saben hacerlo en la actualidad. Cambiaron de guitarra una docena de veces, siempre reclinados en el contundente bajo de Pawel Maciwoda, sin restar un ápice de calidad o protagonismo a las canciones. Más bien, haciéndolas subir varios peldaños.
James Kottak, con su energético solo de batería Kottak Attack y su gigantesco tatuaje en la espalda, "Rock and Roll Forever" conquistó al público haciéndose acompañar de imágenes que simulaban un viaje por una montaña rusa a través de todas las portadas de los discos de Scorpions.
Sobresaliente, el derroche de facultades de Meine, con sus líneas vocales tan reconocibles, dejando la piel en cada tema: un auténtico animal de escenario, con una sensibilidad exquisita. Nadie, y digo nadie, por muchos mitos del rock que admiro, sabe como él llevar un concierto entero sin parar el ritmo, la intensidad y el nivel a gran altura.
Sobre un escenario compuesto por una tarima elevada que daba soporte a la batería, siete pantallas de leds y una gran estructura de iluminación, la banda deleitó con su rock a sus fieles seguidores, que cantaron y corearon todos y cada uno de sus éxitos, destacando The Best is Yet to Come, en la que Klaus Meine se colocó la Bandera Mexicana en los hombros, mientras invitaba al público a cantar junto con él.
En medio del rock duro, tuvimos un respiro: Wind of Change, probablemente su tema más conocido. Una balada que en su día se convirtió en himno oficioso de la caída del Muro de Berlín, y que les valió incluso una invitación por parte del entonces presidente de la Unión Soviética, Mijail Gorbachov, para actuar en el Kremlin de Moscú en 1991.
Siguieron Raised on Rock, Tease Me Please Me, Dynamite, Blackout y algunas más. La despedida llegó luego de interpretar Big City Night. Entonces los fans pedimos una canción más, suplicamos que no se vayan, pero sobre todo, les pedimos que dejaran el corazón. Ellos reaparecieron para llevarnos en el encore hasta un abismo de sentimientos encontrados, regresaron a escena a clavar su último aguijón envenanado, Still Loving You, No One Like You, y Rock You Like a Hurricane, encontrando el cierre perfecto para dejar en la memoria colectiva un adiós inmortal.
Daba la impresión de que al tratarse de la gira final no se contenían, ni escatimaban en nada; todo lo contrario, tocaban para eternizar el momento, sin pensar en el mañana. Meine se escuchó recio y vigoroso, como si el tiempo no pasara más que en su rostro lleno de historia y remembranzas. Tal vez más de uno nos quedamos con las ganas de escuchar Send Me an Angel, Dust in the Wind, Humanity, Here in my Heart, Moment of Glory; pero al final fue suficiente cerrar con Rock You Like A Hurricane.
Sus atuendos son ahora más moderados: mezclilla negra con discretos estoperoles y algo de piel; cachuchas para disimular las incipientes calvas, nada apropiadas para un metalero. Todos están fuertes y delgados, y se ven en espléndida forma. Lejos de parecer jadeantes tras los saltos, carreras por el escenario y dejar el alma en cada tema, cuando a mí ya me faltaba el aire de tanto cantar, al final del concierto James Kottak se tiró en el escenario y entonces se puso a hacer lagartijas con Meine sentado sobre su espalda. Geniales, con un derroche de energía que ya les gustaría a los mega-admirados mundialmente Rolling Stones o Aerosmith, por mencionar algunos dinosaurios vivos. Y es que aquí hay muchas tablas.
El vacío se sintió en las entrañas después de que las guitarras de Jabs y Schenker y la voz de Meine dejaran de escucharse. El escenario estaba desierto desde hacía unos minutos. Sin embargo, algunos fans nos quedamos mirando, intentando grabar en la memoria lo más posible. Permanecimos en silencio viendo la nada, releyendo una página ya escrita en la historia de la música. Y entonces algunos nos echamos a llorar.
Es verdad: no regresarán. Esta magna noche fue la despedida. El adiós definitivo a una banda mítica, cimentada en los pilares de la amistad, el talento, la química y el amor a la música, con una trayectoria plagada de éxitos, más de 100 millones de discos vendidos y temas legendarios, más de 200 discos de oro, plata y platino. Una memorable noche para el Rock. Los vientos del cambio nos arrastran y se lo llevan todo; pero quedan la reminiscencia, la melodía, la comunión. Pudimos unir nuestras voces por una última vez y eso es invaluable. Fue un orgullo estar presente en este adiós de Scorpions. Ya entrada la noche, los vientos se retiran, se vuelven memoria y como aliento se ahogan en la boca del tiempo.
Al conducir de regreso a casa, al tomar el volante sentí una punzada en la palma de la mano izquierda. Entonces me descubrí un impresionante chipote morado, semejante a la picadura de un escorpión, de tanto y tan fuerte aplaudir. A ver si para la próxima me quito el anillote antes de vitorear como enajenada.
Probablemente esta sea la última vez que los vea, pero debo decir que fue un adiós inolvidable. Luminosos Scorpions, uno de los grandes sin duda, que se nos van, pero siempre tendremos sus discos para disfrutar, soñar y rockear. Yo salí del Palacio de los Deportes sintiéndome como una universitaria veinteañera que acaba de ver el mar por primera vez. Y como bien dice la última canción del último disco, the best is yet to come!
GRACIAS SCORPIONS, HASTA SIEMPRE…

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