sábado, 10 de marzo de 2018

EL VIÑEDO QUE NOS UNE (CE QUI NOUS LIE)


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Por Fabián Quezada León


Tres hermanos que se han separado hace algunos años se encuentran ante una disyuntiva al quedar herederos de un viñedo que ha sido propiedad de la familia por décadas.  La reunión hace renacer los sentimientos, las raíces y los viejos rencores. Una muestra de que ninguna familia es perfecta pero, todas pueden ser funcionales cuando se impone el cariño.



La obra del director/guionista  francés Cedric Klapisch (El albergue Español, “Auberge espagnole” y “París” entre otras) nos sitúa en el campo francés en una de las actividades que más enorgullecen al país: la vitivinicultura. Para relatar la historia, Klapisch reúne a Pio Marmai, Ana Girardot y Francois Civil como los tres hermanos protagónicos cuyas vidas se enredan como las guías de las vides entre sí.



Jean (Marmai) es el mayor, una especie de aventurero que por decisión propia  hace 10 años se alejó de la vida en la Borgoña y de la familia para “ver mundo”. Sus correrías le han llevado a las cuatro esquinas del planeta y su regreso a la hacienda familiar no es mera coincidencia. Su padre (Caravaca) está gravemente enfermo y Jean debe regresar entre renuente y anhelante. En el dominio familiar se encuentra Juliette (Girardot) su reservada y tímida hermana, en cuyas manos extraoficialmente se encuentra el viñedo.

El hermano menor, Jeremie (Civil) se ha casado con una rica heredera vitivinícola y prácticamente trabaja para su suegro, quien considera que él no reúne los requisitos para ser un buen vinicultor.



Klapisch plantea en esta reunión la línea melodramática en la que la adversidad (representada en parte por un enemigo universal que es el sistema de impuestos, y las propias historias de los personajes a raíz de la ausencia del padre) maneja el destino y hace que las historias se mezclen y se enreden entre sí de una manera natural. Familia, mas ausencias, más herencias, más reencuentros, más fisco… no son una buena combinación



Jean y Jeremy dan el movimiento a la historia, jugando básicamente con el sentimiento de culpa; uno por ausencia y otro por incredulidad de sus propias actitudes. Esta dinámica de fuerzas, aumentada por el tiempo que sucede dentro de la trama (un poco más de un año) van condimentando la arena de estos dos personajes al darnos más planos de sus motivaciones y del como ninguno cae de pie en las expectativas que ellos mismos tienen de sí.



Jean tiene problemas además de los que tuvo con su padre y que forzaron su partida, de relación con su pareja; pero extraña a su hijo y su hogar en Australia.



Jeremy está empantanado bajo la autoridad del suegro, las expectativas de su mujer y el deber de ser padre.   



Mientras que el personaje de Juliette se mantiene tan elusiva como su misma trama; prácticamente su presencia es ingrávida, no llega a representar un crecimiento real del personaje de una forma contundente, es una mujer que está sola, que se hace cargo de un viñedo porque las circunstancias la empujaron a ello y cuando la tentación amorosa llega demasiado cerca, tampoco la retiene con fuerza; Juliette quiere, pero no sabe bien a bien cómo, o al menos no logra crecer para poder tomar ese control definitivamente en el momento adecuado. Su función es facilitar las cosas,  tender uniones de una manera muy sutil. Sin pesar demasiado logra equilibrar a sus dos contrapartes filiales.



Klapisch ha tenido experiencia en manejar historias con diversas líneas argumentales y mantener el nivel de entretenimiento y equilibrio para no favorecer una trama más que la otra llevándolas simultáneamente, así que esta no es la excepción. Presenta sus historias en arenas reales, impregnadas con fuerte sabor regional. La vida en el albergue español o en París, ofrecen una vista muy puntual del “día a día” y por ello esta visión de la Borgoña nos hace transitar entre sus bodegas, sus viñedos y sobre todo esa sensación de “estar ahí” saboreando una copa de sus vinos rojos.



El mundo de los tres hermanos sucede rodeado de un ambiente campestre delicioso, con idílicas tomas de la campiña y el trabajo siempre constante y dedicado que implica (ancestralmente de forma cultural)  el trabajar en un viñedo. (Sin exentar las fiestas de la vendimia) Pero además Klapisch nos da en varios flash back parte de la vida de estos tres hermanos mientras crecían y aprendían de su padre los secretos del oficio y esto dota a la trama de ese aspecto que va imbuido en el espíritu del buen vino, la tradición en la factura y el añejamiento dotan el carácter y la exquisitez en el paladar, en eso la película tiene un gran acierto.  



“El Viñedo que nos une” habla de una familia normal y su capacidad de enfrentar cambios, desacuerdos y pruebas, de cómo sin importar lo particular de su funcionalidad aparentemente disfuncional, lo que une a una familia, más allá de los lazos de sangre, de la tierra y de la tradición, más allá de relaciones dulces o amargas, está la necesidad de entenderse y amarse en todas las formas,  aunque muchas veces sean casi contradictorias y transformar en unión lo que podría ser motivo de desunión; porque al final de cuentas en todo el mundo, así es como funcionan las familias.



Director: Cedric Klapisch

Reparto: Pio Marmai, Ana Girardot, Francois Civil, Jean-Marc Roulot, Maria Valverde, Yamee Couture, Karidja Toure, Florence Pernel, Jean-Marie Winling, Tewfik Jallab, Eric Caravaca

País: Francia

Año: 2017

Género: Drama

Duración: 113 min

Clasificación: Mayores de 15

Fecha de estreno en México: 9 de Marzo 2018

Guión: Cedric Klapisch, Santiago Amigorena, Jean-Marc Roulot

Director de fotografía: Alexis Kavyrchine

Música: Loik Dury, Christophe “Disco” Minck


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