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Por Fabián Quezada León
Tres hermanos que se
han separado hace algunos años se encuentran ante una disyuntiva al quedar
herederos de un viñedo que ha sido propiedad de la familia por décadas. La reunión hace renacer los sentimientos, las
raíces y los viejos rencores. Una muestra de que ninguna familia es perfecta
pero, todas pueden ser funcionales cuando se impone el cariño.
La obra del director/guionista
francés Cedric Klapisch (El albergue
Español, “Auberge espagnole” y “París” entre otras) nos sitúa en el campo francés
en una de las actividades que más enorgullecen al país: la vitivinicultura. Para
relatar la historia, Klapisch reúne a Pio Marmai, Ana Girardot y Francois Civil
como los tres hermanos protagónicos cuyas vidas se enredan como las guías de
las vides entre sí.
Jean (Marmai) es el
mayor, una especie de aventurero que por decisión propia hace 10 años se alejó de la vida en la Borgoña
y de la familia para “ver mundo”. Sus correrías le han llevado a las cuatro
esquinas del planeta y su regreso a la hacienda familiar no es mera
coincidencia. Su padre (Caravaca) está gravemente enfermo y Jean debe regresar
entre renuente y anhelante. En el dominio familiar se encuentra Juliette
(Girardot) su reservada y tímida hermana, en cuyas manos extraoficialmente se
encuentra el viñedo.
El hermano menor,
Jeremie (Civil) se ha casado con una rica heredera vitivinícola y prácticamente
trabaja para su suegro, quien considera que él no reúne los requisitos para ser
un buen vinicultor.
Klapisch plantea en
esta reunión la línea melodramática en la que la adversidad (representada en
parte por un enemigo universal que es el sistema de impuestos, y las propias
historias de los personajes a raíz de la ausencia del padre) maneja el destino
y hace que las historias se mezclen y se enreden entre sí de una manera
natural. Familia, mas ausencias, más herencias, más reencuentros, más fisco… no
son una buena combinación
Jean y Jeremy dan el
movimiento a la historia, jugando básicamente con el sentimiento de culpa; uno
por ausencia y otro por incredulidad de sus propias actitudes. Esta dinámica de
fuerzas, aumentada por el tiempo que sucede dentro de la trama (un poco más de
un año) van condimentando la arena de estos dos personajes al darnos más planos
de sus motivaciones y del como ninguno cae de pie en las expectativas que ellos
mismos tienen de sí.
Jean tiene problemas además
de los que tuvo con su padre y que forzaron su partida, de relación con su
pareja; pero extraña a su hijo y su hogar en Australia.
Jeremy está
empantanado bajo la autoridad del suegro, las expectativas de su mujer y el
deber de ser padre.
Mientras que el
personaje de Juliette se mantiene tan elusiva como su misma trama;
prácticamente su presencia es ingrávida, no llega a representar un crecimiento
real del personaje de una forma contundente, es una mujer que está sola, que se
hace cargo de un viñedo porque las circunstancias la empujaron a ello y cuando
la tentación amorosa llega demasiado cerca, tampoco la retiene con fuerza;
Juliette quiere, pero no sabe bien a bien cómo, o al menos no logra crecer para
poder tomar ese control definitivamente en el momento adecuado. Su función es
facilitar las cosas, tender uniones de
una manera muy sutil. Sin pesar demasiado logra equilibrar a sus dos
contrapartes filiales.
Klapisch ha tenido
experiencia en manejar historias con diversas líneas argumentales y mantener el
nivel de entretenimiento y equilibrio para no favorecer una trama más que la otra
llevándolas simultáneamente, así que esta no es la excepción. Presenta sus
historias en arenas reales, impregnadas con fuerte sabor regional. La vida en
el albergue español o en París, ofrecen una vista muy puntual del “día a día” y
por ello esta visión de la Borgoña nos hace transitar entre sus bodegas, sus
viñedos y sobre todo esa sensación de “estar ahí” saboreando una copa de sus
vinos rojos.
El mundo de los tres
hermanos sucede rodeado de un ambiente campestre delicioso, con idílicas tomas
de la campiña y el trabajo siempre constante y dedicado que implica
(ancestralmente de forma cultural) el
trabajar en un viñedo. (Sin exentar las fiestas de la vendimia) Pero además Klapisch
nos da en varios flash back parte de la vida de estos tres hermanos mientras
crecían y aprendían de su padre los secretos del oficio y esto dota a la trama
de ese aspecto que va imbuido en el espíritu del buen vino, la tradición en la
factura y el añejamiento dotan el carácter y la exquisitez en el paladar, en
eso la película tiene un gran acierto.
“El Viñedo que nos
une” habla de una familia normal y su capacidad de enfrentar cambios,
desacuerdos y pruebas, de cómo sin importar lo particular de su funcionalidad
aparentemente disfuncional, lo que une a una familia, más allá de los lazos de
sangre, de la tierra y de la tradición, más allá de relaciones dulces o
amargas, está la necesidad de entenderse y amarse en todas las formas, aunque muchas veces sean casi contradictorias
y transformar en unión lo que podría ser motivo de desunión; porque al final de
cuentas en todo el mundo, así es como funcionan las familias.
Director: Cedric Klapisch
Reparto: Pio Marmai, Ana Girardot, Francois Civil, Jean-Marc Roulot,
Maria Valverde, Yamee Couture, Karidja Toure, Florence Pernel, Jean-Marie
Winling, Tewfik Jallab, Eric Caravaca
País: Francia
Año: 2017
Género: Drama
Duración: 113 min
Clasificación:
Mayores de 15
Fecha de estreno en
México: 9 de Marzo 2018
Guión: Cedric
Klapisch, Santiago Amigorena, Jean-Marc Roulot
Director de fotografía:
Alexis Kavyrchine
Música: Loik Dury,
Christophe “Disco” Minck
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