La 54 Muestra Internacional de Cine inicia hoy viernes 9 en el Foro al Aire Libre “Gabriel
Figueroa” de la Cineteca Nacional a las
19:30 horas con la proyección de Macario,
un clásico indiscutible de nuestro cine, realizado en 1959, ganador de
numerosos premios y el primer filme mexicano en ser nominado al Óscar como
Mejor Película Extranjera. Su director, Roberto Gavaldón, ya gozaba de
reconocimiento por su rigor técnico y artístico que dejó ver desde su ópera
prima La barraca, por la que recibió 10 Arieles. En ella asomaban las
constantes temáticas que darían forma a su sólida filmografía; el desarraigo,
las pasiones, el poder, la vida rural, la pobreza y la muerte.
En Macario, la muerte es el hilo
conductor de una trama escrita por el propio cineasta y el dramaturgo Emilio Carballido, cuya
fuente de inspiración es una fábula del alemán Bruno Traven, tomada a su vez
del cuento de hadas El ahijado del diablo
de los hermanos Grimm. Es la víspera del Día de Muertos en un pueblo del México
colonial, pero en la humilde vivienda del leñador Macario (Ignacio López Tarso)
y su numerosa prole no hay calaveras de azúcar ni coloridas ofrendas, sino
hambre y pobreza. Cansado de tanta miseria decide dejar de comer hasta tener un
guajolote para él solo. Cuando su mujer (Pina Pellicer) le cocina uno que robó
y se lo entrega, Macario se interna en el bosque para comérselo. Ahí se negará
a compartirlo con el Diablo y con Dios, pero a la Muerte (Enrique Lucero) le
convida la mitad, quien, agradecida, lo recompensa con un agua milagrosa con la
que podrá curar a las personas.
En su momento, la cinta fue considerada un producto de
exportación para el gusto del público extranjero por su preciosismo folclorista
y la artificialidad del mundo indígena, a manera de hermosa postal del México
rural del siglo 18, con ricos detalles de las festividades del Día de Muertos y
calaveras a lo José Guadalupe Posada. Sin duda el distanciamiento formal de
Gavaldón reemplaza una auténtica visión
crítica del marginalismo social, atraso y explotación del indígena, convirtiendo a la cinta en una imagen idílica,
poetizada y conformista de la pobreza, que también fomenta la idea del indio
testarudo, pero finalmente, pacífico, inofensivo y manso.
No obstante, en sus imágenes plasticistas de enorme
dramatismo reposa en buena medida su grandeza. A la impecable fotografía en
blanco y negro a cargo de Gabriel Figueroa con sus soberbios claroscuros que
subrayan las atmósferas mortuorias, se añaden las bellas composiciones de
cuadro que semejan pinturas de Velázquez, Rembrandt y Goya y que se encargan de
enmarcar un relato solido con diálogos ocurrentes sobre la relación del
mexicano con la muerte y el culto que le venera. Basta recordar la memorable escena
donde Macario y la Muerte caminan entre
las luces de las miles de velas aglutinadas en las grutas de
Cacahuamilpa que simbolizan las vidas humanas.
La mirada fantástica y a su vez trágica del realizador
muestra el sentido dual del mexicano hacia la muerte. De las bulliciosas
celebraciones con su desfile de esqueletos, calaveras de azúcar y altares de
ofrendas se desprende su aspecto festivo. Y en los desesperados intentos de
Macario por cambiar a la muerte de lugar ante las camas de los enfermos
destinados a morir, emerge su noción doliente.
La exhibición de la cinta se une al homenaje que se rinde
al actor Ignacio López Tarso con la Medalla Salvador Toscano por su valiosa
trayectoria, siendo Macario su primer estelar que lo consolidó en la pantalla
grande. La fatalidad y el destino están presentes en este clásico del cine nacional,
lleno de simbolismos y con una visión irónica y alucinada de la muerte.
EL
DIRECTOR.
Con una de las filmografías más sólidas del cine mexicano
clásico, Roberto Gavaldón se destacó por
la inmejorable calidad de sus imágenes, aunque se le consideró un cineasta frío
y académico, pero técnicamente deslumbrante, depurado y sobrio. Su inclinación por temas oscuros y personajes
atormentados que son víctimas de sus propias pasiones está presentes en las
cintas La otra (46), La diosa arrodillada (47), En la
palma de tu mano (50), La noche avanza (51) y El
niño y la niebla (53), donde hizo mancuerna con el escritor José
Revueltas. Poco antes de su muerte su obra comenzó a ser revalorada y en 1986 la Cineteca Nacional le otorgó la
Medalla Salvador Toscano a Mérito Cinematográfico.
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