jueves, 8 de noviembre de 2012

54 MUESTRA INTERNACIONAL DE CINE: MACARIO.



Por Julia Elena Melche.

La 54 Muestra Internacional de Cine inicia hoy  viernes 9 en el Foro al Aire Libre “Gabriel Figueroa” de la Cineteca Nacional  a las 19:30 horas con la proyección  de Macario, un clásico indiscutible de nuestro cine, realizado en 1959, ganador de numerosos premios y el primer filme mexicano en ser nominado al Óscar como Mejor Película Extranjera. Su director, Roberto Gavaldón, ya gozaba de reconocimiento por su rigor técnico y artístico que dejó ver desde su ópera prima La barraca, por la que recibió 10 Arieles. En ella asomaban las constantes temáticas que darían forma a su sólida filmografía; el desarraigo, las pasiones, el poder, la vida rural, la pobreza y la muerte.

En Macario, la muerte es el hilo conductor de una trama escrita por el propio cineasta  y el dramaturgo Emilio Carballido, cuya fuente de inspiración es una fábula del alemán Bruno Traven, tomada a su vez del cuento de hadas El ahijado del diablo de los hermanos Grimm. Es la víspera del Día de Muertos en un pueblo del México colonial, pero en la humilde vivienda del leñador Macario (Ignacio López Tarso) y su numerosa prole no hay calaveras de azúcar ni coloridas ofrendas, sino hambre y pobreza. Cansado de tanta miseria decide dejar de comer hasta tener un guajolote para él solo. Cuando su mujer (Pina Pellicer) le cocina uno que robó y se lo entrega, Macario se interna en el bosque para comérselo. Ahí se negará a compartirlo con el Diablo y con Dios, pero a la Muerte (Enrique Lucero) le convida la mitad, quien, agradecida, lo recompensa con un agua milagrosa con la que podrá curar a las personas.

En su momento, la cinta fue considerada un producto de exportación para el gusto del público extranjero por su preciosismo folclorista y la artificialidad del mundo indígena, a manera de hermosa postal del México rural del siglo 18, con ricos detalles de las festividades del Día de Muertos y calaveras a lo José Guadalupe Posada. Sin duda el distanciamiento formal de Gavaldón  reemplaza una auténtica visión crítica del marginalismo social, atraso y explotación del indígena,  convirtiendo a la cinta en una imagen idílica, poetizada y conformista de la pobreza,  que también fomenta la idea del indio testarudo, pero finalmente, pacífico, inofensivo y manso.

No obstante, en sus imágenes plasticistas de enorme dramatismo reposa  en buena medida  su grandeza. A la impecable fotografía en blanco y negro a cargo de Gabriel Figueroa con sus soberbios claroscuros que subrayan las atmósferas mortuorias, se añaden las bellas composiciones de cuadro que semejan pinturas de Velázquez, Rembrandt y Goya y que se encargan de enmarcar un relato solido con diálogos ocurrentes sobre la relación del mexicano con la muerte y el culto que le venera. Basta recordar la memorable escena donde Macario y la Muerte caminan entre  las luces de las miles de velas aglutinadas en las grutas de Cacahuamilpa que simbolizan las vidas humanas.

La mirada fantástica y a su vez trágica del realizador muestra el sentido dual del mexicano hacia la muerte. De las bulliciosas celebraciones con su desfile de esqueletos, calaveras de azúcar y altares de ofrendas se desprende su aspecto festivo. Y en los desesperados intentos de Macario por cambiar a la muerte de lugar ante las camas de los enfermos destinados a morir, emerge su noción doliente.

La exhibición de la cinta se une al homenaje que se rinde al actor Ignacio López Tarso con la Medalla Salvador Toscano por su valiosa trayectoria, siendo Macario su primer estelar que lo consolidó en la pantalla grande. La fatalidad y el destino están presentes en este clásico del cine nacional, lleno de simbolismos y con una visión irónica y alucinada de la muerte.

EL DIRECTOR.
Con una de las filmografías más sólidas del cine mexicano clásico, Roberto Gavaldón  se destacó por la inmejorable calidad de sus imágenes, aunque se le consideró un cineasta frío y académico, pero técnicamente deslumbrante, depurado y sobrio.  Su inclinación por temas oscuros y personajes atormentados que son víctimas de sus propias pasiones está presentes en las cintas La otra (46), La diosa arrodillada (47), En la palma de tu mano (50), La noche avanza (51) y El niño y la niebla (53), donde hizo mancuerna con el escritor José Revueltas. Poco antes de su muerte su obra comenzó a ser revalorada y en  1986 la Cineteca Nacional le otorgó la Medalla Salvador Toscano a Mérito Cinematográfico.

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