El domingo 26 a las 9 pm.
El 13 de enero de 2012, había tres mil doscientos pasajeros y mil tripulantes a bordo del Costa Concordia. Ninguno de ellos esperaba otra cosa que un crucero de placer. El Concordia había realizado viajes por el Mediterráneo durante seis años y había mucho para disfrutar en las trece cubiertas de este lujoso barco de doscientos noventa metros de largo: cinco restaurantes y trece bares, tres piscinas, un lujoso spa y, por si eso fuera poco, un simulador de Fórmula 1. Pero cuando el Concordia navegaba pasando la isla del Giglio, cerca de la costa de Toscana, chocó contra unas rocas que le abrieron una rajadura de setenta metros de largo en el casco.
Cuando el barco luego encalló en el arrecife y zozobró, los aterrorizados pasajeros y la tripulación tuvieron que ser rescatados. Para algunos, fue una evacuación rápida, si bien sobrecogedora. Pero para otros, fue una historia totalmente diferente. Una joven pareja en su viaje de luna de miel se encontró con la salida bloqueada y tuvo que pasar veinticuatro largas horas en la oscuridad y el frío hasta que los encontraron los servicios de rescate. Un dedicado contador, que fue a ayudar a un grupo de pasajeros, cayó dos pisos hacia las entrañas del barco. Pasó treinta y seis horas con un dolor insoportable, porque se había roto una pierna en la caída, esperando que lo rescataran. Estos sobrevivientes junto con otros de todo el mundo, se vuelven a sumergir en los tremendos sucesos de esa noche. Las imágenes que filmaron y las fotos que tomaron cuentan la historia de un naufragio espeluznante.
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