Por Julia Elena Melche.
En el marco de la 53 Muestra Internacional de Cine que se presenta en la Cineteca Nacional del 4 al 20 de noviembre, se exhibe una singular cinta que todo cinéfilo debe ver. Es El caballo de Turín del talentoso Bela Tarr.
Se cuenta que en el Turín de 1889, el filósofo alemán Friedrich Nietzche entró en cólera al ver que el chofer de un carruaje azotaba con su látigo al caballo porque se rehusaba a avanzar. En un acto compasivo, Nietzche abraza al animal para luego caer al suelo desvanecido. Este episodio marcó la locura del célebre pensador, quien permaneció postrado y en silencio durante la siguiente década bajo el cuidado de su madre y hermana. Pero, ¿qué sucedió con el caballo?
Tratando de dar respuesta a esta interrogante, el realizador húngaro Bela Tarr imagina una historia con guión suyo y del novelista Lazlo Krasznahorkai que co dirige su editora Ágnes Hranitzki. El resultado es El caballo de Turín (2011), una anécdota mínima e implacable que narra seis días en la vida rutinaria del hosco y anciano granjero Ohisdorfer (Janós Derzsi), impedido de una mano, y de su sumisa hija (Erika Bok), quienes intentan sobrevivir en una cabaña en medio de la nada y azotada por imparables tormentas de viento. Su único medio de sustento es una carreta y un caballo.
Desde la primera escena, la cinta es un fascínate ejercicio de estilo, vuelto el sello único del director. Prolongados planos secuencia, algunos estáticos y otros con movimientos de cámara exactos que dan vuelta alrededor de los personajes, un ritmo muy pausado e hipnótico, una música dramática, reverberante y envolvente y una fotografía en blanco y negro con un impecable uso contrastado de luces y sombras, son sus constantes formales que otorgan a la historia inusitadas intensidades emocionales. Se trata de la crónica del agobio existencial de seres sumergidos en la desesperanza ante la paulatina desaparición de todo vestigio de vida a su alrededor, que es guiada por una concisa voz en off y remite al cine metafísico de Andrei Tarkovsky.
Cuando un día el caballo se niega a comer, cansado del maltrato de su amo, y decide esperar su muerte, los héroes sucumben a la desolación absoluta. En su hundimiento anímica, el paisaje apocalíptico se erige como un esencial protagonista y los abarca para acrecentar la grisura y aspereza de su monótona existencia, en la que salir todos los días a buscar agua del pozo resulta una terrible faena y el vestirse o tomar sus escasos alimentos resultan cargas apenas soportables.
Con una enorme sensibilidad, el cineasta ofrece, más que un filme contemplativo, la invitación a acompañar a sus creaturas en su próxima extinción y vivirla paso a paso con ellas en un tiempo y ritmo reales durante los intensos 146 minutos. Es la visión devastadora del peso de la vida con fuertes cargas nihilistas y filosóficas que habla del dolor profundo hacia la muerte, representado con gran virtuosismo en la inminente agonía del equino.
Ganadora del FIPRESCI y del Oso de Plata del Gran Jurado en el Festival de Cine de Berlín de este año, El caballo de Turín se convierte en una experiencia irrepetible que no dejará indiferente al espectador. La cinta se realizó en 30 tomas e impone un pesimismo insistente que impide a los protagonistas escapar de su trágico destino. Sin duda, de lo más destacado de la Muestra.
Prácticamente desconocido en nuestro país, el director Bela Tarr es considerado figura paradigmática en la cinematografía mundial moderna y según la crítica especializada es uno de los pocos herederos de la tradición fílmica de los llamados Metafísicos Europeos como Tarkovsky, Michelangelo Antonioni y Theo Angelopoulos. Con cerca de 30 años de carrera y más de 12 filmes, comenzó a hacer cine amateur a los 16 años y desde su primer largometraje de ficción documental, Nido familiar (79) se ha interesado por retratar realidades claustrofóbicas y caóticas, abordando problemas ontológicos que provienen del cosmos. En esta cinta se registra ya su inclinación formal y estética y el uso del blanco y negro, vislumbrándose como un extraordinario creador de atmósferas. Con el filme Satántangó (94), de más de 7 horas de duración y sobre la decadencia de los miembros de una granja tras la caída del comunismo, se ganó el reconocimiento mundial. Asistió como invitado especial en el reciente Festival Internacional de Cine de Morelia, donde declaró que El caballo de Turín quizás sea su última película. También comentó que el caballo que aparece en la cinta no estaba entrenado, sino que lo encontró en un mercado y estaba próximo a ir al matadero. Ahora, el animal, que es hembra, vive en un campo y está felizmente preñada.
Para mayor información de la programación y horarios de la Muestra de Cine, consultar la página: www.cinetecanacional.net
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