Por: Fabián Quezada León
Es 1926
en México. El país hace casi nada ha terminado la Revolución y el lento proceso
de construcción como una nación está llevándose a cabo. El mandatario en turno
era Plutarco Elías Calles, militar que había sido general de la Revolución Mexicana.
Por diversas razones de índole político promulga “La Ley Calles”, con la que, amén de
consolidar la hegemonía del joven Estado Mexicano, buscaba restar poder a la Iglesia,
este dictamen fue tomando tonos cada vez más álgidos al confrontar lo más profundo
de las raíces del pueblo: la fe.
La
expulsión de sacerdotes y la prohibición del culto, con las subsecuentes reacciones extremas,
fueron la continuación de esta lucha fratricida.
Las
iglesias fueron cerradas en todo el país y el sacerdote que fuera sorprendido
ofreciendo cualquier tipo de servicio público o religioso era encarcelado o
ejecutado, al igual que a los feligreses que participaran de él.
En este
contexto conocemos a los principales protagonistas de la historia: Enrique Gorostieta,
un general retirado con carrera en la milicia, José Sánchez del Río (Kuri) un
adolescente que de ser un chico travieso llega a extremos por defender su fe. “El
catorce”, (Isaac) célebre líder Cristero que debe su mote a que en una
emboscada en la que los federales deseaban asesinarlo; él, de propia mano, dio
muerte a 14 elementos del ejército. O el padre Vega (Cabrera) quién después fue
general de la rebelión.
De esta
manera, la respuesta a Calles se fraguó en el territorio Cristero. Grandes
historias de lucha y de fe se dieron en ese tiempo. Al final, tras el conflicto
y diversas situaciones que intervinieron en él, la lucha terminó con la
restitución del culto en 1929.
Tratar
un tema histórico nunca es una tarea sencilla, porque siempre la historia es un
cuchillo de doble filo. Generalmente la versión oficial será la de los
ganadores, sin que ello signifique que sea la verdadera.
El
episodio de la guerra Cristera ha sido uno de los menos tocados en los relatos
que de “la historia oficial” se han hecho en el cine porque es un tema candente, y del que aún
existe una generación que lo vivió; eso sin contar el importante detalle de que
implica uno de los temas tabú en los que no se debe polemizar a riesgo de salir
raspado: la religión.
Habitar
en los 20’s donde las condiciones de tradicionalidad y religión eran aún mucho
más arraigados y así mismo considerando la situación que se acababa de vivir en
México (el Porfiriato, la Revolución y la perenne lucha por el poder) eran el
caldo de cultivo adecuado para que el conflicto tomara esas proporciones.
El México
central, además (Jalisco, Zacatecas, Guanajuato, Aguascalientes, San Luis Potosí)
se ha caracterizado por su “tradicionalidad”, por lo que al enfrentarse con la
brutalidad del régimen de Calles, la mecha encontró un detonante.
Se
adoptó una política férrea que buscaba reprimir y atemorizar a la población a
través de matanzas y ejecuciones públicas. Esto obviamente desencadenó una
resistencia social, política y armada, encabezada por la “Liga
Nacional para la Defensa de la Libertad Religiosa”. El movimiento, que comenzó
como una protesta civil, devino en un brazo armado, el cual consistía en
revueltas independientes y locales en diferentes pueblos del territorio
mexicano, constaba de rancheros, líderes postrevolucionarios, civiles y sacerdotes,
quienes fueron bautizados con el nombre
de Cristeros, debido a su grito de batalla: “Viva Cristo Rey”.
La Liga, liderada
por Anacleto González Flores (Verástegui) y Adriana Valdez (Sandino Moreno)
entre otros, al ver frustrados todos sus intentos pacíficos de ofrecer una
resistencia civil; decide dar el siguiente paso y organizar a las fuerzas
cristeras en todo el país, creando un mando central y contratando a un General
en jefe: Enrique Gorostieta (García), un militar federal retirado que ahora se
dedica a su empresa y vive de glorias pasadas. Gorostieta acepta el cargo por razones primordialmente económicas en un principio.
Dejando a un
lado las penurias, tragedias y grandes historias de fe y de intolerancia, incomprensión y
ambición que han caracterizado las guerras en la historia de la humanidad,
Cristiada viene a exponer (si bien de una manera muy breve) pero por primera
vez de forma “a la manera de Hollywood” uno de los episodios nacionales de los que se había hablado poco y
expuesto masivamente menos como lo comentaba anteriormente.
Paradójicamente,
en la trama se reflejan algunos de los problemas que vienen desde hace mucho
antes del conflicto Cristero, que aún son una asignatura pendiente en nuestro
país y que para colmo se recrudecen cada seis años cuando se ligan con las
ambiciones políticas.
La lucha por el poder y las alianzas entre las facciones
más disímbolas hoy por hoy se han hecho tan evidentes que aunque al principio nos azoraban, ahora
ni siquiera nos hacen levantar una ceja, como si hubiéramos llegado a un estado
de sedación ante la corrupción y la desfachatez.
Evidentemente,
el motor de hacer la cinta no es exponer esos problemas políticos de México y
su irresolución, sino hacer un enunciado
de los principales personajes, basados en los mártires Cristeros y que fueron
reconocidos por la Iglesia recientemente. Lo positivo de esto es que el público
conozca, aunque sea brevemente, que en la historia reciente (independientemente
de la causa que los guie, en este caso la fe) existieron personas que dieron
todo por seguir una causa. Actitud que implica un compromiso que en estos momentos en el país, nos haría
buena falta
La película
tiene una inversión considerable, el filme más
caro en la historia del cine mexicano ($ 110 mdp)
y se manejó un elenco interesante, aunque eso no significa una garantía; el
guión es sencillo y no se mete en demasiadas honduras, se muestran algunas
escenas de violencia y batalla y se puede decir que los personajes no
llegan a lo profundo; eso sin mencionar que además algunos han comentado “¿por qué hacerla en inglés?” o “¿por qué darle
el protagónico a extranjeros?”; salta a la vista que las razones se basan en el
mercado y en la internacionalización de la cinta, aunque evidentemente resulta
muy extraño el escuchar a Calles (Blades) hablando inglés con acento y pidiendo
unos “chilaquiles” en español.
No hay comentarios:
Publicar un comentario